Los principios de cualquier historia siempre son más o menos idílicos, sólo se trata de aceptar lo que llega y estar en el lugar y el momento adecuados. Los principios de un amor verdadero siempre son utópicos, creyéndote que rozas el cielo con las mismas palmas de tus manos. Creyendo que no puedes ser más feliz, que nada puede arrebatarte lo que ahora sientes. Que no existe más piel que la de ella, que no existe más labios que los suyos y más amor que el que te regala por las noches bajo las sábanas. Las palabras de amor, los “te quieros” a medias en las oscuridad de la noche. Las escapadas nocturnas al cine, al parque, al coche de nuestros padres, las locuras de los adolescentes por mostrar su amor.

Sin embargo no hay final que no sea doloroso. No existe un fueron felices para siempre, ni siquiera un siempre estuvieron juntos. Pues lo que acaba bien no ha acabado aún –por mucho que me duela decirlo-. Por bonito e idílico que parezca algo, nunca dura eternamente. Quizás alguna pareja vea su fin en la muerte, en la vejez, en el alzhéimer. Quizás una pareja siquiera vea la luz de un nuevo amanecer. Las parejas, los amores en general, acaban mal. Lo sé. Sé de propia mano esto porque los míos me han servido de lección. Que todo lo que es creado tiene el fin de ver como acaba, que lo que se crea se destruye y que mucha culpa de ello la tenemos nosotros y sólo nosotros. Como un Dios crea un universo y luego lo cuida en sus inicios, se desentiende poco a poco hasta abandonarlo a su suerte, a su propia destrucción. Algo así pasa con el amor, que se consume, hasta implosionar como una supernova no aguantando el peso de la rutina y la pesadez de los días intercalando besos y discusiones. Debe ser muy duro para el amor aguantar tanto hasta tener que estallar. Tengo que admitir que admiro a las parejas de ancianos que pese a sus rutinas siguen cogiéndose de la mano al pasear, siguen besándose y destilando puro amor. Pero volviendo al inicio y a la argumentación principal: Todo tiene que acabar mal. Pues sino no ha acabado.

Me recuerda a todas las veces que he tenido que recomponer mi corazón desde cero, las veces que me he jurado a mí misma que no volvería a amar, las veces que me prohibí caer en la red de lo absurdo del amor. Y sin embargo soy una fiel amante de la vida y su arte. Porque ese no me duele, no me araña en el alma como lo hacen los amantes que comparten mi cama. El amor por la vida como máxima. Pues prefiero que mi cama siga vacía si eso comporta que mi corazón seguirá intacto entre los trocitos de celo que le he puesto para que se sostenga.

Mis grandes amores fracasaron por muchas cosas, entre otras la rutina, esa enemiga fiel de lo que parece precioso. Cada ruptura es un rasguño en el alma, un mar de lágrimas y un sin fin de lamentaciones. Pero, ¿a quién se le ocurriría pensar en un principio que algo puede acabar tan mal como para dejarte con un inmenso vacío en tu interior? ¿quién, por el amor de dios, se para a pensar que alguien que te quiere va a hacerte más daño que cualquier otra persona en el mundo? ¿Cómo puede doler tanto la cosa más maravillosa en el mundo?

Yo lo sé, lo he descubierto: es su precio. A cambio de sentir la sensación de estar volando, de tocar el cielo con las manos de jurar haber visto el paraíso, a cambio del amor tienes que renunciar a los finales felices. Renunciar a la estabilidad y acceder al peor sufrimiento de todos: que se te desangre el corazón sin poder impedirlo  Amar es dolor. Amar ahora y sufrir luego. Es un ciclo sin fin pues el que ahora te cura las heridas luego volverá abrirlas.

Yo mientras tanto me dedico a amar la vida y sus pequeñeces pues el único daño que me puede dar mi propia vida es mi propia muerte, y a eso, queridos míos, no le tengo miedo. Aceptaré la guadaña de mi amiga la muerte que esta se canse de esperarme entre libros y perfumes.

4 comentarios:

  1. Amar es lo que realmente nos hace gilipollas. Si el amor existiera de verdad, alcanzaría la perfección. Pero como la perfección no existe, y el amor es tan sólo un puñetero sentimiento abstracto, no merece la pena. Aunque puestos a hablar, somos nosotros los que realmente merecemos la patada en el culo, más que nada por haber creado semejante estupidez.

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  2. Pienso exactamente así. No he tenido la oportunidad de amar ni que me amen, pero sí la he tenido de observar a los demás. Y en mí también puedo verlo en amistades, no sólo en amor. Todo será disfrute, excepto en algún momento puntual, hasta que llegue el instante en el que tenga que acabar. Sencillamente es así, todo lo que empieza acaba. Y sí, es triste. Pero si cuando empezamos algo nos ponemos a pensar en que luego acabará nunca nos atreveremos a nada, ni siquiera a disfrutar por miedo a que se termine. Una gran verdad en el relato, Lenda.

    (y que te quede claro que eres muy grande)

    ¡Un abrazo enorrrrrrme!

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  3. Es triste, pero es la verdad, siempre hay que arriesgarse, e incluso lanzarse al vacío, pero no a veces sale bien, es doloroso, y por mucho que quieras, aunque ames a una persona, todo acaba, aunque si es con esa persona, es menos el dolor, porque sabes que has compartido tods tu vida con esa persona, y quieras o no, te hace feliz.

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  4. Esto me recuerda a mi querida Amelie. Amelie creía en la magia de los pequeños placeres, y seguramente nunca creyó que podría enamorarse. Decidió dedicar su vida a los demás, y casualmente, encontró la felicidad propia, en un chico, en el Amor. ¿Si acabó? Probablemente. Pero todo acaba y no por ello deja de ser lo mejor que te ha pasado nunca. Aun hay parejas de ancianos que se quieren. Y tienen un final, claro, nada es eterno. Pero no todo final tiene que ser triste, o así lo veo yo. Me resisto a desechar toda esperanza de que exista un verdadero amor, aunque sea poco común, que nos haga felices.

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